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23.8.09

CUESTIÓN DE CLASE


Imágen::CHADWICK TYLER PHOTOGRAPHER::


Famosa es aquella historia de un señor italiano, mayor y tranquilo que muchísimos años atrás entró a una fastuosa tienda de lujo en el centro de Roma. En ese sitio una mujer gritaba a una de las dependientas dejándole en claro su poder, enfadada porque el bolso que le ofrecían no era lo suficientemente ostentoso y glamouroso para ella, absolutamente indigno de colgar sobre su antebrazo. Qué se habrían creído. En medio de aquel suculento "cat-fight", el hombre se acercó y le dijo con una clase sobrenatural: "Dama, creo que se está Usted pasando con esta señorita", a lo que la mujer chilló: "¿Pasando?, ¿con estos bolsos de mala calaña?", y él respondió: "Esos bolsos están hechos a mano por un talabartero, por un artesano. Mi mujer tiene algunos, y el bolso que Usted trae con el sello de esta casa no es auténtico. Las terminaciones y costuras sencillamente no están bien hechas, ¿lo compró aquí?", dijo mirando extrañado el accesorio. A esa altura, ya fuera de sus casillas e irritada de rabia se devolvió y le arremetió: "¿Y tú quién te has creído para hablarme así, a mí?", mirándolo de arriba abajo frente a los ojos estupefactos de la vendedora. Ese señor italiano, mayor y tranquilo le hizo media sonrisa y elegantemente contestó: "Yo soy Gucci. Fuera de mi tienda y no vuelva por aquí".


Hubiera dado una costilla señores por haber presenciado esa cátedra de clase. Lamentablemente, ese caballero italiano, mayor y tranquilo, está bajo tierra. Mejor así, porque si hubiera tenido la posibilidad de ver en lo que han convertido su firma en la actualidad, un show de ologramas y colores "institucionales" repetidos hasta la exageración, ese hombre, estoy seguro, hubiera enloquecido. Por el romanticismo que lo caracterizó, no hubiera podido sobreponerse a tan magna y orwelliana ordinariez, a ese enorme y triste cambio de rol de las grandes verdades a gran mentira, Basura. Inbalanceable. ¿Qué pasó con aquella inrrecordable edad de las luces, donde para llevar esas piezas únicas, el control de sus clientes era básico? porque sólo podían llevarlas personas, hombres y mujeres con verdadera clase, con verdadero charme y no cualquier pelafustán o mujerzuela sin más mérito que una simple y cargada cuenta bancaria. Fueron otros tiempos, sin duda. Ahora aparecen a la mesa esas dos palabras: clase; charmé. ¿Por qué las saco? parece que por inercia. La inercia de una voz joven al otro lado del teléfono, femenina, pedante. Llamaba la semana pasada de la redacción de una revista de moda, éstas de gran pasado que ahora tienen menos credibilidad que un periódico. Entre la excesivamente molesta repetición de las palabras "estilo" y "glamour" de su parte, me decía ademásque preparaban un reportaje sobre algo que no llegué a descifrar exactamente bien qué era, pero quería de mí la opinión sobre lo que consideraba como clase y charmé. Al escuchar su pregunta no pude más que enmudecer por instantes. Pero tenía que responder. Ya tenía el aparato en la oreja. Fue igual de simple y directo: no podía creer que una mujer formada universitariamente para fabricar y entregar información en un medio de comunicación, en mi ingenua esperanza, por vocación, cogiera un auricular y le quitara el tiempo a otra persona, con esa pedancia, para preguntar soberana estupidez. Colgué el teléfono y para serles franco, me amargó el día. Si lee este artículo; seguro que lo hará, le pido públicamente mis más sinceras disculpas. Pero era mi intención. Aquél tipo de imbecilidades no se pueden permitir, por propia salud mental. O al menos eso pienso, humilde y pedantemente a la vez. Ahí podría haber cerrado el tema. Naturalmente, quedó dando vueltas. Esas dos palabras que desde la cotidianeidad parecen tan irrelevantemente superficiales pero que en realidad son dos grandes conceptos, sobre todo ahora, en esta parte de nuestra época donde no se sabe exactamente bien si un collar de diamantes o una piel son acierto o error. Hay que cerrarlo ya de una vez. Me hagan caso o no, espero que sea definitivo. La alegría de saber que no lo publicará. Eso le dará más exclusividad.
Clase; glamour; charmé. Tres palabras que se repiten a diario en mi entorno laboral con perpetua insistencia, también hasta a veces en el ámbito personal. Tal persona tiene mucha clase, o tal cosa tiene mucha clase... o no. Observo y lo gracioso del asunto es que con cada vez mayor esfuerzo, las personas o los proyectos o las cosas materiales intentan enmarcarse dentro de sus vértices y aristas. De verdad que el esfuerzo es muy meritorio. El problema es que eso no es natural, es un esfuerzo y esa palabra, para desgracia de muchos, el charmé no lo tiene dentro de su diccionario. Así de sencillo y rotundo. No es una aseveración, es una realidad. La clase y el charmé nunca han necesitado apelar a ese esfuerzo, y aquello hace la diametral diferencia entre quienes lo tienen y quienes sueñan con tenerlo. Lejos de lo que tantísima gente supuestamente entienden por clase, son sus verdaderos dueños quienes realmente saben que el charmé no tiene nada que ver con la riqueza, el poder, la fama, el reconocimiento, la belleza física, las pertenencias materiales o el brillo. El charmé se fabrica en otras áreas, kilométricamente opuestas. Por esa razón sus dueños son tan capaces de ofrecerles la mano a estos mismos conceptos confusos y cautivantes, bailar con ellos un buen vals, agradecérselos con un beso en la mejilla y pasar de largo, pasar de todo aquello. Es la razón por la que tienen riqueza, poder, fama, son bellos, reconocidos y prestigiosos. Curioso. Gracioso. Gracioso que todo el mundo quiere eso y más gracioso aún resulta en que ellos mismos, por ningún motivo. Da para admirar. También para envidiar.
El charmé señores no es una fórmula que se pueda imitar, simplemente porque radica en una escencia que nace de las formas mismas e instintivas de las personas, desde sus hábitos y costumbres tanto en lo público como en lo privado hasta en sus formas de representarlos para ellos y los demás sin intentar mostrar máscaras, ni a ellos ni a nadie. No tienen la necesidad. Psicológicamente hablando, excelente herramienta que permite de forma automática darse cuenta con la rapidéz de los segundos si quien tiene enfrente es realmente lo que es, o no. Siempre son desenmascarados, porque están psicóticamente preocupados de mantenerla que siempre harán algo, inconscientemente, que corte como tijeras el lazo que la amarra con fuerza en la nuca. Las cosas no funcionan así. En la vida real al menos, de esa forma no. No revelo nada.
Ahora empiezo con las preguntas. ¿Quién tiene más clase, una persona que sienta en su mesa bajo una gran lámpara de cristal un grupo de sujetos perfectamente vestidos, peinados y enjoyados charlando en su propio idioma de grandes nombres, de sus últimas posesiones o éxitos; o quien sienta en su mesa, en un salón impolutamente sobrio y sencillo un grupo de sujetos con sus diferencias y particularidades, charlando entre ellos entre tres o cuatro lengüas de sus vidas personales y expectativas?, ¿Quién tiene más glamour, una mujer que gasta una fortuna en un collar de diamantes en alguna de las tiendas del Champs-Élysées mirando en menos a las dependientas; o una mujer que gasta el mismo dinero en viajar hasta un país remoto y en buscar por todos los museos etnológicos o pueblos perdidos aquella pieza única confeccionada por artesanos quizás centurias antes del nacimiento de Jesucristo para llevar colgado del cuello?, ¿Quién tiene más charmé, un hombre que después de recibir una educación de lujo vive encarcelado en un gran loft de la gran manzana ahogado por sus pertenencias materiales; o un hombre que después de recibir una educación de lujo es más feliz viviendo en una cabaña frente al mar, cuya paz sólo puede ser interrumpida por un viejo y fabuloso ventilador vintage de los sesenta? el charmé no se compra señores, dicen. Sueno a radical, muy radical, pero si vamos analizando la "modulación" de ambos extremos, es aplomante la conclusión de que verdadera y lamentablemente, es así. Y en mi muy personal opinión, inevitablemente triste, rozando la espectacularidad de lo patético.
Me pone muy triste, a diario, ser testigo de cómo la gente cree y piensa a brazo impartible que la clase y el charmé es sinónimo de poder, dinero o influencia. Con tanto académico plúmbeo sobrevolando, como dice José Garayoa, se tiende a olvidar que Mr. Keynes, además de gran macroeconomista, era alguien que insistía de forma irascible en que la economía está al servicio de la vida. Era para vivir ésta señores, a lo que lo demás debía subordinarse y si tal principio podía extenderse a una escala elevada de la población, masiva. La vida actual con crisis de por medio, en un comienzo para nosotros los jóvenes y después para absolutamente todos alrededor del mundo entero, es la frustración total y la derrota del individuo. Sólo un inmenso y vulgar simulacro sustituye a la realidad. Pero no es nuevo, venía en nuestras cabezas, las de nuestra generación, desde que adquirimos la capacidad de pensar por nosotros mismos. Lo curioso es que un mensaje tan simple, que se ha juzgado obvio por muchos años, ahora alcance una resonancia tan especial, tan tremenda. Para ser intimista, el gran secreto de conocer el ritmo de retorno de las grandes preguntas. En este caso, la referida al modo de vivir a medida que nos adentrábamos en la sociedad global. El glamour de antaño de brillo y piel cambió, sencillamente porque la clase y el charmé han vuelto a su esencia, a sus pilares fundamentales, que no es más que la vida misma. ¿Cuál sería ahora la forma de hacer la pregunta?, ¿Si la crisis se resuelve, vamos a seguir trabajando igual a pesar de que todo ha saltado como una térmica eléctrica?, ¿vamos a seguir con la farsa, la farsa diaria que empieza donde no se divisa la necesidad de la producción continuada?, ¿dónde está ahora el punto de lo real? díganmelo Ustedes, por favor... si pueden.
Hubo una fase en Europa y Estados Unidos a finales de los sesenta, como aquel fabuloso ventilador, en que se divisó la edad de la abundancia. El ensayista alemán Herbert Marcuse, un coherente hombre, mencionó esa situación en algunas de sus obras, que inspiraron el Mayo del 68, aquella gran revuelta social y filosófica contra los avances imparables de la tecnificación del mundo, de la que el capitalismo sería simple y llanamente el envoltorio. El Mayo del 68 dió paso a microcambios en la vida común antes de que se pusieran en marcha las tendencias a gran escala, sobre todo el final de la fallida experiencia comunista y la entrada en la escena mundial de China primero, y de India después, ambas naciones con las que se produjo el desarrollo de la esfera global y ambas, en nuestra inmediata realidad, quienes nos pegan los más sonoros bofetazos a palma abierta. ¿que pasó? podría preguntar. Todo ello implicó que inmensas masas de población alejadas del mundo "oficial" entraran en los mercados de trabajo y a su vez, de la mano, en los de consumo global. La igual de inmensa máquina productiva se puso de nuevo en marcha, tanto como oportunidad como amenaza competitiva para los países occidentales. Ahora todos podían tener pieles, coches, yates y diamantes. Lo que no sabían, es que el asunto no funcionaba así. Esa ostentación irrisoria jamás te daría clase. Muchísimo menos charmé. De esa forma, a medida que se dilataban los mercados, para ser vulgar, como la vagina de una madre dando a luz por parto natural, las pautas de funcionamiento y comprensión de sus vidas han ido quedando desechas para la mayoría de las personas en los países industrializados. ¿Dónde quedó su ostentosa clase y su charmé, cuando es el mundo el que habla y el que sabe lo que quiere en detrimento del individuo que ya carece de discurso coherente alguno? Vuelvan a darme Ustedes la respuesta. Se los imploro. Realmente no es en la falta de alimentos donde está el riesgo, sino en el exceso de producto.
Mis amigos y conocidos se van casando y van teniendo hijos, al mismo tiempo que salta una dolorosísima reflexión sobre los hijos, que pareciese que son una nueva fuente de vida para los padres, para evitar enloquecer con todo lo petulantemente triste que hay alrededor. Pienso a su vez en mi circuito, el arte y las tendencias. Artista... la profesión que decidí tener por tozuda vocación a sabiendas de las dificultades sobre todo económicas, hoy por hoy, impresionantes. Hal Foster escribió un libro en donde hablaba que tras el paradigna del arte como simulacro de los ochenta, se produjo un retorno a lo real. La bohemia de entonces no iba equivocada aunque para disgusto de muchos, la búsqueda de las vanguardias hubiese sido tremendamente polémica. Era un aviso, como lo vuelve a ser. Todo el mundo lo sabe: es en las verdaderas crisis donde nacen las vanguardias, que defienden al final apasionadamente el romance de la libertad, hoy, frente a nuestras pupilas señores, en un mundo y una época donde la realidad se desvanece y a la vez se repite en un círculo vicioso constante de nunca acabar, donde no hay espacio verdadero para grandes desarrollos individuales. Somos testigos, también víctimas.
Tanto Ustedes, como yo, estamos siendo testigos presenciales cómo entramos en un nuevo mundo económico tras esta crisis, lo que dará lugar a una mutación cultural. En nuestros días, en el hoy y ahora, no ha sido posible un 68 porque la hiperfinanza se ha comportado como un catalizador de la economía de tal potencia que no ha dado tiempo para fabricar nuevos anticuerpos individuales, similares a los que deben y deberían ejercer los reguladores... La pregunta de aquella señorita de tan glamourosa revista, debería haber sido si existe hoy el charmé. La respuesta es si, aunque difícilmente lo vemos entre nosotros. A su vez, la gran pregunta debería ser si la próxima generación, la de nuestros hijos, tendrá más clase y charmé que la nuestra. La respuesta es una: indudablemente. Lo serán, porque ya no está el dinero para engañar sus caprichos, ni los de nosotros. Llegarán pronto y serán tipos con mucha clase, más educados y humildes. Crecerán con menos. Por mi parte los esperaré, con expectación, con emoción y espero, viviendo el gran lujo de disfrutar elegantemente, de aquel bendito ventilador a mis pies. Si no desea publicar mi respuesta, no se agobie. Tampoco se preocupe. Lo entenderé. Es su trabajo. Y este el mío, el mismo. Nunca olvide que los diamantes son, al final, solo piedras. Nada más.

3 comentarios:

Cecilia Cerdeira dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Cecilia Cerdeira dijo...

Siempre me gustan tus artículos, aunque no esté de acuerdo, que son pocas veces, me encanta la humildad con la que escribes. Pienso lo mismo en cuanto a que la ostentación es lo contrario a la elegancia, y en todo lo que explicas que muchas veces se entiende por clase. Por suspuesto la educación es algo fundamental para tener charmé, pero, mayoritarimente, quién puede acceder a esa educación? Quién puede creer que es más interesante ir a un pueblo como tú bien explicas que a una tienda de gucci para ser verdaderamente elegante? Alguien que tiene la suma del los "capitales" adecuados para ello, como Bourdieu teoriza. Que opinas por ejemplo, sobre lo que expone en su libro "La distinción..." o en diferentes ensayos, donde habla de como se diferencian las personas por la suma de su capital cultural, económico, social, su habitus...Y de como ésto condiciona a las personas en cuanto al gusto, al supuesto charmé innato? Yo estoy totalmente en desacuerdo de que algo como la elegancia, la clase o el charmé sean connaturales.
Siento haber sido tan extensa, pero este tema me apasiona...Mil saludos!

Unknown dijo...

Alex es genial tu nota me encanto leerla!
besotes
Claudia